viernes, 1 de julio de 2011

RECUERDOS

He visto un anuncio de concienciación sobre la investigación del Alzheimer, que habla de un Banco de Recuerdos y yo he decidido escribir los recuerdos más importantes de mi vida, quien sabe si llegará el día en que no los recuerde.

Siempre he pensado que he tenido suerte de nacer en mi familia, en mi barrio, en mi país. Nací el mismo día que Carolina de Mónaco y a veces, he comentado entre risas, que si hubiese nacido en Mónaco podía haber sido princesa pero claro, también podía haber nacido en Biafra y no llegar a la adolescencia, así que nací en el mejor lugar.

Yo soy de la época en que a los niños los traía la cigüeña o venían de Paris, pero en nuestro barrio era diferente, nos decían que los traían de Arrate, -cada vez que íba allí, miraba hacia un barco que colgaba del techo de la Iglesia por si se veía algún niño-, o los dejaban caer desde un avión.

Al parecer éste fue mi caso. De niña, siempre me contaban que un avión me había dejado en el sembrado que había frente al caserío, que mi abuela y la vecina Maritxu se lanzaron a por mi. Mi abuela corrió más y llegó antes, por lo que ella me recogió y me trajo a casa, a la que iba a ser mi familia.

Creo que ahí despertó por primera vez mi sentimiento de haber tenido suerte. Cada vez que me contaban esta historia, yo decía, -que bien que me recogió la amama-, para mi, ella fue mi salvadora, la que evitó que yo fuera de la familia vecina, pues a mi me gustaba mas la mia.

La realidad, claro está, fue otra muy distinta, que me contó mi madre mucho mas tarde, siendo ya mayorcita. Era jueves, día de mercado, en el caserío tenían todo preparado para llevar a vender y cuenta mi madre que ya por la mañana sintió que yo anunciaba ya mi llegada, pero al ver que mi abuela no se encontraba bien, al parecer le atacaba mucho la migraña, decidió no decir nada a nadie e ir ella al mercado. Pasó la mañana y cuando terminó sus quehaceres, recogió a una tía que le ayudaba en los partos, yo era la séptima, subieron al caserío y al rato nací yo. Estas si que eran fuertes, estaban hechas de otra pasta.

Mi hermana mayor que en ese momento tenía trece años, cuenta, que a ella siempre le decían que se fuera a dar una vuelta hacia el río con sus hermanos y cuando volvía había un hermanito mas en casa. Nunca se hablaba de embarazo y “parir” era una palabra tabú. Aprendías las cosas sobre la marcha, lo que no sabías te imaginabas y a veces la imaginación te juega malas pasadas.

Al poco de nacer yo, mis padres se mudaron a una casa que tenia bar. Según cuenta mi madre, ella prefería el trabajo del caserío, pero el abuelo les convenció para que cogieran el bar pues eran muchos niños para sacar adelante y solo con el caserío iban a pasar apuros. La pobre mujer creo que pasó media vida apurada, pero lo hacía tan bien, que no tendría para echar cohetes pero nunca nos faltó lo necesario.

Carmen, la mayor, se fue a trabajar jovencita, es lo que les tocaba a las chicas, a un restaurante propiedad de unos parientes y estuvo allí casi hasta que se casó. Ella era una señorita cuando yo era una niña y me encantaba cuando alguien me decía que me parecía a ella, porque era muy guapa. Recuerdo que tenía cinco años, cuando los Reyes me dejaron una muñeca pepona sobre la vieja máquina de coser Wertheim, que nuestra madre tenía en la cocina, vestida con un faldón blanco con lazo azul y gorro y patucos de lana también azules, en realidad fue mi hermana, la reina que me trajo la muñeca. Cuarenta y ocho años más tarde tengo la muñeca en mi casa.

Con mi hermana monté por primera vez en el caballito de un tiovivo y aunque tenía seis años cumplidos, ella tuvo que subir conmigo porque me asustaba. Habíamos ido a Donosti para hacer las tarjetas de recuerdo para mi primera comunión, en la imprenta que tenía el padre de la señorita Esther, mi primera maestra en la escuela del barrio. Estuvimos dos días en su casa, en la calle Segundo Izpizua del barrio de Gros, me quedó grabado el nombre de la calle, probablemente era la primera vez que salía de casa.

También fue entonces cuando vi por primera vez el mar, fuimos a la playa y me llevó en brazos al agua, tenía tanto miedo que me agarré como una lapa a su cuello, en esas, una ola que a mi me pareció gigante, nos echó al agua, fueron unos segundos interminables, zarandeada por la ola y separada de mi hermana. Mi “primera vez” de playa no fue una bonita experiencia.

La primera comunión también fue atípica. Normalmente se hacía en grupo y en Mayo. Yo la hice con un niño, en Agosto y vestida con hábito, que también era novedad.

La idea del hábito surgió para evitar las diferencias que se daban entre las niñas con vestidos de princesita, no se si fue un acierto pero la verdad es que hoy en día en nuestro pueblo se sigue utilizando. A mi me lo hicieron en Bilbao y allí me compraron los zapatos, blancos, preciosos. Estaba tan alucinada en aquella zapatería, probándome el zapatito como Cenicienta, que todo me parecía bien. Después de la comunión, ya no pude usarlos más porque me quedaban pequeños.

La razón de todo esto fue que un primo se ordenaba sacerdote y celebraba su primera misa y en ella comulgamos nosotros por vez primera. Acabada la ceremonia había una pequeña celebración con una comida especial, pero no pude ir, pues nuestro abuelo había enfermado y se encontraba mal, tanto que se murió a los tres días. El último recuerdo que tengo del abuelo es sentado en una mecedora, al parecer pidió ver a los niños antes de morir. Parece de película pero es real.

Cuando tenia ocho años se casó mi hermana y yo llevé las arras en su boda. Me compraron un abrigo rojo, parecía la niña de “La lista de Schilndler” de rojo en un entorno gris, en esa época el luto duraba tanto tiempo que la gente siempre tenía algún muerto y tenían que vestir de negro o gris.

Mis padres, acondicionaron una parte adosada de la casa para ella y su marido. Me acuerdo con que ilusión esperé su vuelta de la luna de miel, para entregarle la batería de cocina de cinco piezas que había conseguido completando una colección de cromos que traían las tabletas de chocolate “Loyola” sobre la vida de Jesucristo.

Luego fueron llegando sus hijos, tiene cinco. Cuando nacieron los dos mayores, yo tenía nueve y diez años, creo que nunca me han llamado tía, supongo que me veían niña para que fuera su tía, pero nunca me ha importado. Con los siguientes ya era un poco mayor, tenía dieciséis años cuando fui madrina del cuarto. Su casa y la nuestra estaban comunicadas por el interior, por lo que pasábamos mucho tiempo juntos, sobre todo con los dos mayores, recuerdo que cuando volvía de la escuela veía con ellos la televisión, un programa infantil que se llamaba “Los Chiripitiflauticos” con Valentina, el capitán Tan y Locomotoro. Aunque luego he tenido muchos sobrinos, éstos siempre han sido especiales.

Y como es la vida, cuando nacieron mis hijos fue mi hermana la que me ayudo a criarlos, y mucho. Pero eso lo dejo para otro capítulo.

Con mis otros hermanos no tengo recuerdos tan marcados, sobre todo con los chicos mayores, primero porque con los chicos no se tenía tanto trato y luego porque se iban a estudiar al colegio, -los chicos tenían este privilegio- y luego a trabajar. Con el pequeño tenía más relación porque solo le llevaba un año. Las chicas compartíamos habitación, así pues, estábamos más tiempo juntas, pero como tenían tres y seis años mas que yo, a la hora de los juegos no me daban demasiado protagonismo.

Continuaré…

1 comentario:

Pinguis dijo...

Zure oroitzapenen zain geratzen naiz...hau dana liburu batean sartu beharko zenuke...oso errex irakurtzen da...