En la escuela.
Como vivíamos cerca de la escuela me dejaron empezar antes de cumplir los seis años, que era la edad establecida.
Como he mencionado antes, mi primera maestra fue la señorita Esther, con qué emoción esperé el autobús en el que ella llegaba, mirando desde la ventana de la cocina, mientras imaginaba como sería.
La escuela era mixta, con niños y niñas de todas las edades, en diferentes cursos y con una única maestra.
Los más pequeños se sentaban en los primeros pupitres y según pasaban los cursos pasaban hacia atrás.
Cuando la maestra estaba demasiado ocupada, que era a menudo, las chicas mayores enseñaban a leer a los mas pequeños.
Que mérito tenían esas maestras, que normalmente eran jóvenes y primerizas. Generalmente se quedaban a vivir con alguna familia del barrio toda la semana, eso si no eran de muy lejos, porque algunas se tenían que quedar todo el curso.
Solo había un libro por cada curso, la enciclopedia Álvarez que aglutinaba todos los temas, desde matemáticas hasta historia sagrada.
Todo se memorizaba con entonación musical, sobre todo las tablas de multiplicar y las provincias, que se aprendían siempre en el mismo orden. También aprendíamos canciones que cantábamos en la excursión que se hacia al final del curso, normalmente con los de la escuela de San Pedro, recuerdo que una vez fuimos en autobús a Guadalupe y otra a Zumaia en tren, por falta de presupuesto.
Creo que tenía diez años cuando fui por primera y única vez a una colonia de verano. Tampoco podía ir todo el que quisiera, había que apuntarse y ver si te tocaba. Ese año nos tocó a mi amiga Beatriz y a mí. Fuimos a Burgos, era un colegio de monjas. La primera semana fue un poco dura, no habíamos salido nunca de casa, la comida era muy distinta, la gente desconocida y supongo que nosotras un poco tímidas. Ahora los niños tienen mucho mas desparpajo. La segunda semana lo pasamos muy bien, el colegio tenia piscina y allí hice mis primeros pinitos de natación. Fue una bonita experiencia, hicimos amigas de otros pueblos y durante unos años nos escribimos cartas, hoy solo tengo contacto con una, nos vemos de vez en cuando y ya se que es abuela.
En esa época en los barrios se acababa la escuela con catorce años y se empezaba a trabajar. Los chicos en el caserío o en la fábrica y las chicas de criada o a clases de costura.
Mi hermana Nieves y yo fuimos privilegiadas, porque nuestros padres, supongo que haciendo un esfuerzo, nos mandaron a estudiar, a ella al colegio de monjas y mas tarde a mi al instituto y a la escuela de Formación Profesional.
Lo que si hacíamos los niños era jugar mucho, tanto en las horas de recreo como al acabar las clases. Los domingos por la tarde, como en el bar había televisión, nuestra casa se convertía en cine. Las series mas vistas eran Rintintin y sobre todo Bonanza. Como solo había una cadena de televisión, no teníamos peleas. Los chuches también se vendían en casa, recuerdo que con una peseta teníamos cinco caramelos Sugus. Los demás niños pensaban que nosotros, al tener acceso a los caramelos, podríamos comer lo que quisiéramos, pero aunque no se nos prohibía, nunca nos aprovechamos de ello.
En contadas ocasiones, íbamos al cine de verdad, al del pueblo. La primera película que recuerdo se titulaba “El anillo de los Nibelungos”.
Mi madre siempre decía que el dinero atrae al dinero y los niños a los niños, por eso alrededor suyo siempre había muchos, los suyos y los amigos. Alguna tarde de domingo que íbamos a recoger manzanilla con ella, nuestras amigas también venían, otra vez que fuimos a Arrate con merienda, también venían, pero nunca le oíamos quejarse, ella iba como una gallina con los polluelos. Siempre le ha gustado estar rodeada de niños porque incluso ya siendo abuela celebraba su cumpleaños con una chocolatada para sus nietos y los que estuvieran jugando con ellos.
Si miráramos atrás con los ojos de un niño de ahora, se diría que no teníamos nada de lo que ellos tienen, pero yo recuerdo una infancia feliz.